martes, 3 de julio de 2007

Pingüina, yo también te voto


En la Patagonia argentina, un ave, como no hay otra, nada por los ríos de aguas heladas. No lo hace contra la corriente, no es un salmón, sino que acompaña el curso de las ondas cristalinas con un suave aleteo al son del gorjeo de sus cantos sutiles. En la mirada, se adivina su añoranza por la altura que nunca podrá alcanzar. El gélido paisaje acompaña la tristeza de saberse anclada al suelo, a su tierra, a su cauce, que nunca levantará vuelo. El sol arranca destellos de su vistoso vestido negro y blanco, sin matices ni contrastes, sin el menor atenuante. Y así, a través de los años, la nostalgia y la tristeza se van lentamente endureciendo y transformando en rencor. El rencor en amargura y finalmente llega el odio, como destino inexorable.

Un día extraño, escapado del sueño más salvaje, el pájaro encuentra la libertad idealizada. Se eleva por encima de todos sus pares, los mira desde arriba y con su ala renegrida los señala y los desprecia. Ahora desafía a los leones y elefantes, que la miran en la altura, temerosos del prodigio. En su ascenso olvida el terruño, las raíces y se embriaga con el espacio interminable que la rodea.

¡Ay del animal que ignore las imperdonables leyes de la gravedad!

¡Ay de los que caigamos bajo el yugo de otro pájaro bobo!